lunes, 23 de agosto de 2010

Periodismo deportivo, el reino del olfato perdido



A veces pienso que los siete meses que tengo alejado del trajín cotidiano ha sido demasiado, a veces me desespero por no tener un micrófono o una pluma a la mano para expresarme, sin embargo me tranquiliza cuando recuerdo que el camino que he tomado ha sido mi decisión.
Lo que es un hecho es que el saber cómo se mueven los hilos de los medios, al menos los deportivos, me da la posibilidad de darle distintas lecturas a las cosas de lo que el grueso de la gente suele hacerlo, me permite ser más crítico que cuando estaba adentro y también la de entender con más certeza el por qué de las cosas.
Aún así, me parece frustrante ver lo mal que trabajan algunos medios, las cosas tan malas que hacen, las patrañas que se animan a salir a venderle al mundo y lo peor del caso, es que lo hacen con la conciencia torcida de que está bien hecho así.
Ejemplos existen muchos, pero los cercanos son los más útiles para poner el dedo en la yaga.
Hoy veo con tristeza como varios colegas hacen trabajos que resultan lastimeros para el talento que se supone tienen, pero, ¿Hasta dónde es culpa de ellos y hasta dónde de sus jefes?
Quizá no exista una línea divisora, sólo la combinación de varios factores que son a todas luces desagradables.
Ejemplos como el del director de un medio deportivo que de lo último que sabe es precisamente de deportes sobran.
Alguna vez escuche al director de un diario deportivo nacional exclamar que no entendía por qué se hacía tanto alboroto y se le dedicaba tanto espacio en los diarios al Súper Tazón, si, según él, en México a nadie le gustaba el futbol americano.
Una afirmación que debió ser una broma, pero increíblemente no lo fue, pues en el colmo de la ignorancia, manifestaba que al mexicano sólo le importa el futbol y el boxeo, cosa de locos si se toma en cuenta que en las áreas urbanas de nuestro país, cada familia al menos tiene un miembro (aunque sea en segundo o tercer grado) que practicó a buen nivel este deporte.
En lo personal, jamás lo hice, pero dos de mis primos lo hicieron y al menos, he conocido 100 personas que jugaron a niveles tan altos como “intermedia”.
Ante situaciones por el estilo, es comprensible que el mundo del periodismo deportivo se debata entre la basura del ¿Qué dijo fulanito? el de los eternos borregazos o el chayotazo cada vez más descarado.
Recuerdo aún mis clases de periodismo en la gloriosa Carlos Septién, en las que se hacía hincapié en la preocupación de que la llamada “declaracionitis” tomara de manera definitiva como su gran reino a cada medio. Al cabo de una década, lo hizo.
La falta de conocimiento y peor aún, de pasión por la profesión de quienes dirigen se refleja en la mediocridad de sus reporteros. Jóvenes que deberían salir a comerse el mundo a puños y que sin embargo laboran bajo la vergonzosa “ley del menor esfuerzo”.
Cientos de reporteros que lo único que hacen -si llegan a sus órdenes- es meter la grabadora al “chacaleo” y esperar a que termine para apretar el “stop” y emprender el camino a la elaboración de una nota sin contexto, sin historia, sólo basada en lo que dijo un personaje que en muchos casos, ni siquiera pensó sus palabras, las cuales, en alto porcentaje sólo mencionó para salir del paso.
Otros llegan sólo a buscar a algún amigo para pedirle un audio o para preguntar lo que dijeron. A tal grado llega a veces el cinismo, que le preguntan a sus compañeros de profesión por el enfoque que le darán a la nota: “¿Por dónde le vas a entrar?”.
Otros, aprovechan la tecnología y ya ni siquiera cumplen con sus órdenes. Esperan en sus casas de manera holgazana que otros hagan el trabajo y terminan por bajar la nota de algún sitio, le dan una “revolcadita” y se la mandan a su jefe, que como buen obrero cuasi burócrata de la información, ni siquiera la revisa y la manda directo a las imprentas.
Ese proceso, el del reportero “atril” como le llaman algunos (por aquello de nomás servir para detener el micrófono o la grabadora) más bien recuerda al de un parásito o una rémora que se alimenta de lo que otros hicieron.
Hoy es increíble ver el trabajo que le cuesta a estos pseudoreporteros brindar detalles, lo que los antiguos y los no tanto llaman el “color”, pues en el colmo de la desfachatez, han olvidado aquella premisa de que antes que nada, el reportero debe ser un observador detallista de lo que pasa a su alrededor.
Es increíble leer (por ejemplo) supuestas crónicas de autos en las que apenas se menciona al ganador de las carreras y el lugar en el que corrió, pues de inmediato se lee su opinión sobre la competencia. El 'cómo ganó', que es lo verdaderamente importante en este género, se olvida, aunque a ciencia cierta, no podría decir si quienes escriben se den cuenta de lo que ocurre frente a sus narices.
Quizá podrían estirar al máximo su limitado talento y conocimiento del género y ofrecer un mejor trabajo, sin embargo no tienen la necesidad de hacerlo, pues su jefe está más preocupado por mil cosas que por cuidar la calidad de su producto.
Incluso los reporteros se preocupan más por otras cosas que por su trabajo, pues antes está el saber en que hotel de lujo los dejará hospedados la organización o en que bar tomarán la copa por la noche, que en enterarse de las condiciones del evento al que fueron enviados.
Lejos quedaron los tiempos en los que los reporteros eran inseparables de los mecánicos, les preguntaban mil y una vez por el auto, por sus condiciones, por su preparación, se enteraban de lo que desayunaban los pilotos, de sus rutinas en el gimnasio y de cuántas noches habían pasado en el taller.
Incluso sabían cuántas veces iban al baño antes de la carrera (Adrián Fernández orinaba al menos siete veces entre el warm up y la carrera y se subía al auto a punto de evacuar de nuevo), para saber qué tan hidratados estarían los pilotos, sabían que piloto sufriría de calambres al saber incluso cuál de ellos incluía plátano en su dieta y cuál arroz hervido.
Hoy en día, la nueva generación, la cual desprecia a sus antecesores, sólo piensa en pasar un fin de semana lejos de casa con los gastos pagados. A veces ni siquiera salen de la sala de prensa y miran la carrera por TV, pero eso sí, en cuanto termina el evento, son disparados por su “instinto” a entrevistar al ganador, aunque ni idea tengan de lo que hizo para lograr levantar el trofeo.
Eso pasa en los autos, pero qué tal en otros deportes que antaño tenían una gran importancia para los diarios como lo es el beisbol. Hoy los reporteros mismos lo consideran aburrido, pues no saben -ni les interesa saber- nada del deporte y toman la asignación como un castigo.
Es por ello que el futbol reina en las redacciones, pues no necesita un ápice de ingenio ni de conocimiento previo para entender lo que ocurre, cualquiera puede saber de futbol, no así de táctica, pero obvio, ese ramo también ha sido descartado por los brillantes directivos, quienes tampoco entienden nada de planteamientos.
La solución está al alcance, no es una utopía. Cada especialidad, no sólo los deportes, se debe dejar en manos de quien sabe de la materia, de quien se sienta atraído, de quien sea un apasionado de ella, sólo así, las cosas comenzarán a mejorar en nuestro medio.

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